"Sabemos que por dolorosa que sea la experiencia de perder a alguien significativo en la infancia, esta experiencia puede -si el proceso de duelo ha sido bien elaborado- convertir a un niño en una persona más empática, más profunda, más sensible y conectada con las necesidades de los otros".
Por Neva Milicic, psicóloga.
Aunque racionalmente todos sabemos que la muerte es parte de la vida, qué duda cabe que uno de los momentos más difíciles en la vida de cualquier persona lo constituye el tener que enfrentar la pérdida de un ser querido.
También resulta para la familia doloroso explicársela y acompañar a los niños en esta experiencia, especialmente cuando los vínculos con la persona que ha partido son muy cercanos.
Comprender el significado de la muerte es una tarea de desarrollo indispensable, y ojalá que los niños, cuando tengan que experimentar la pérdida de alguien cercano, tengan alguna aproximación cognitiva previa a lo que la muerte significa.
Comprender que esa persona a quien se quiso tanto y que fue un vínculo tan importante ya no estará más disponible para él o ella, ni para jugar, ni para acompañarlo, tampoco para acariciarlo, es muy doloroso, y será más complejo de elaborar si no tiene ningún concepto acerca de lo que significa morir.
Las muertes repentinas resultan más difíciles de aceptar y de elaborar. Para lograr comprender una realidad que es atemorizante y crea mucha incertidumbre -y en la medida de lo posible superar el dolor-, el niño requerirá de muchísima compañía y del consuelo de sus personas más cercanas.
A veces ocurre que los adultos que están a cargo de los niños se encuentran tan ensimismados en su propio dolor, que olvidan que los niños necesitan desahogarse y elaborar el duelo.
Los niños requieren de mucha contención, afecto y conversación para comprender un hecho tan fuerte y definitivo como es la muerte. Es necesario ayudarlos a procesar que quien ya no está, de algún modo, siempre estará en los recuerdos y ocupando un lugar muy central.
Sabemos que por dolorosa que sea la experiencia de perder a alguien significativo en la infancia, esta experiencia puede -si el proceso de duelo ha sido bien elaborado- que tenga como consecuencia el convertirlos en una persona más empática, más profunda, más sensible y conectada con las necesidades de los otros.
Si bien nunca es posible estar completamente preparado para asumir la pérdida de alguien significativo, hay medidas que pueden tomarse para amortiguar el golpe.
Si la muerte es algo que no sucede repentinamente porque hay una enfermedad que da tiempo para despedirse, es aconsejable ir preparando al niño de antemano.
Por ejemplo, explicarles que la persona está muy enferma y permitirles hacerle una visita corta a quien está enfermo sin atemorizarlo quedará en la memoria del niño como una despedida, aunque en ese momento no la viva así.
Ojalá hacerle un regalo como un dibujo, una poesía o un cuento. También, si es posible, que la persona que va a morir les entregue algún recuerdo, un peluche si son pequeños, o algo más simbólico si se trata de niños más grandes.
En el largo plazo la tarea más difícil para los padres es enseñarles a vivir, a jugar y a divertirse a pesar de la falta que puede hacer la persona que se ha muerto.