Por Neva Milicic, psicóloga.
He leído con mucha emoción las columnas de Claudia Aldana a partir del nacimiento de Fátima, que tiene un Síndrome de Down, y me he maravillado del amor de sus padres y de la forma poética en que la madre relata su experiencia.
A través de sus columnas, una vez más, me doy cuenta de cuánto nos falta para llegar a ser una sociedad que acepte en forma plena las diferencias.
La educación es uno de los campos en que la discriminación tiende a ser más segregada, y más competitiva que inclusiva.
La cantidad de niños que son expulsados cada fin de año por no cumplir con los estándares exigidos es una clara muestra de la actitud expulsiva de muchos contextos escolares.
Importa más el ranking final del colegio que el destino de cada niño, y como decía un adolescente, "no saben lo que me cuesta estudiar", cuando le fue cancelada su matrícula en segundo medio.
En esta época del año, los padres de niños con cualquier discapacidad -motora, sensorial o de aprendizaje-, que están en edad de entrar a un colegio, comienzan a sentir discriminaciones, a veces sutiles y escondidas, y otras veces explícitas y despiadadas, como señalar que "este es un colegio para niños normales".
No parece existir conciencia de que la inclusión de niños con necesidades educativas especiales es un tema legal. La educación es un derecho de todos, garantizado por la Declaración universal de los derechos del niño, que fue suscrita por nuestro país.
Harían bien las autoridades en exigir el cumplimiento de la ley, que hoy no se está cumpliendo.
El día en que todos los colegios tengan una unidad de integración, como existe en los buenos colegios, y que se exija tener al menos un cinco por ciento de niños con necesidades educativas especiales, habremos dado un gran paso adelante.
La inclusión es un beneficio no sólo para los niños que hacen parte de un programa de inclusión, sino también para sus compañeros que se enfrentan a un mundo más real, ayudando en el logro del objetivo más importante de la educación, que es formar buenas personas.
Si pensamos que cerca de un 13 por ciento de las personas tienen alguna discapacidad y que en un diez por ciento de las familias hay alguien en esa condición, es hora de que el Estado tome en serio este tema.
Si Franklin Delano Roosevelt, considerado uno de los mejores presidentes de la historia de Estados Unidos, que gobernó durante cuatro periodos desde una silla de ruedas, hubiera nacido en Chile, no habría podido asistir a muchos colegios porque la infraestructura no está adaptada para personas con restricción motora.
Si los cambios en la cultura escolar hacia una educación más inclusiva no se producen desde la reflexión ética de quienes dirigen los colegios, es necesario que existan regulaciones más exigentes desde las políticas públicas, o que, a lo menos, se hagan cumplir las regulaciones existentes.