Por Neva Milicic, psicóloga
Sin duda, una de las variables que más influye en el rendimiento escolar es la adquisición de hábitos de trabajo, pero adquirirlos no es una tarea fácil, y no pocas veces causa conflictos en la familia.
La forma en que ellos se instalan puede ser un elemento decisivo en la actitud de los niños frente al estudio.
Un hábito implica siempre una economía de tiempo, ya que activa los circuitos cerebrales de respuesta en forma inmediata, además de ahorrarse el tiempo para pensar cómo y cuándo lo hago, que corre el riesgo de postergar el inicio.
Mejor que los sermones sobre la importancia de los hábitos de estudio, que raramente resultan efectivos, es necesario involucrar activamente a los niños en el enfrentamiento de una situación, que se presentará cotidianamente por largos nueve meses.
Son ellos los protagonistas y quienes deben hacerse cargo, darse cuenta de lo significativo que es esforzarse en forma sistemática y aprender a organizarse y autorregularse para conseguir las metas.
Autorregularse supone la capacidad de vencer la inercia inicial que significa partir, planificar y perseverar en lo que se ha decidido.
Matilde, una adolescente que el año pasado logró superar significativamente su rendimiento, cuando se le preguntó cómo lo había logrado, respondió: "Me di cuenta de que era capaz de lograrlo y de lo importante que era para mí. Quise demostrarme a mí y a los demás que podía. Hice un plan y lo cumplí".
Matilde estuvo motivada a cambiar, a lograr su meta y convencida de su capacidad.
En la generación de hábitos interfieren la falta de motivación o interés por las tareas a realizar, el miedo a que los esfuerzos realizados no resulten exitosos, la fatiga y el cansancio, especialmente cuando las exigencias son excesivas y no se respeta la necesidad de descanso de los niños.
También inciden las condiciones de hacinamiento o de espacios adecuados para realizar el trabajo.
En lo posible es preferible que los acuerdos sean producto de una decisión personal consensuada con los padres. La imposición suele generar, consciente o inconscientemente, rebeldía.
Con niños en educación básica, el primer paso es fijar un horario de reunión para el día siguiente en que padres e hijos deben traer cinco puntos para discutir. El segundo paso es dejar que ellos cuenten lo que pensaron.
En la medida de lo posible, aceptar sus proposiciones y hacer sólo las modificaciones imprescindibles. Por ejemplo, si han sugerido un horario de estudio muy largo, reducirlo un poco. En los primeros años de educación básica, treinta minutos es una buena dosis.
Un tercer paso, si corresponde, es felicitarlo por lo apropiado de sus decisiones. Un cuarto paso es fijar una reunión la semana siguiente para evaluar si los propósitos necesitan ajustes.
Es importante que el abordaje se dé en un clima que fortalezca la confianza del niño en sus capacidades, evitando debilitar su autoconcepto.