Por Neva Milicic, psicóloga.
Las diferencias de intereses,
gustos, estéticas y valores que hay entre las personas de diferentes
generaciones son una realidad innegable, y representan un valor que permite la
diferenciación y abre paso a nuevas ideas.
En ellas reside la posibilidad de
cambios que cada generación aporta a su cultura. Cuando esta dialéctica entra
en la familia, las disputas pueden ser enormes y dañar la relación, si las
tensiones no se resuelven con sabiduría.
Es en la adolescencia donde esta
brecha generacional se da con mayor intensidad.
El hecho que se hayan adelantado
las primeras señales de que un niño o una niña se está transformando
gradualmente en un adolescente, sorprende y atemoriza a muchos padres, y los
encuentra poco preparados para un diálogo diferente con los hijos.
Hay una clara necesidad de ser
autoridad para ellos, pero se corre el riesgo de caer en comportamientos
autoritarios, lo que genera distancia y rebeldía en una etapa en que la
metamorfosis que está sufriendo el adolescente lo lleva a sentirse solo y a
percibir rechazo.
Eso hará más difícil el proceso y
aumentará la tendencia al retraimiento, cuando es más necesaria la contención
emocional.
El conflicto intergeneracional ha
existido siempre, pero las formas de resolverlo en cada grupo familiar son
diferentes.
Hay familias con mayor tolerancia
a la diversidad y permiso para la divergencia, en tanto que hay otras con un
enfoque autoritario, lo que termina por generar brechas que comprometen las
relaciones afectivas.
En su libro "Cartas a un
adolescente", el escritor italiano Vittorino Andreoli sostiene: "Soy
un viejo convencido de que no es aceptable el mutismo entre generaciones. Que
quiere decir entre padres e hijos dentro de la misma casa, mientras estamos uno
al lado del otro. Es mejor hablar que estar mudos. En el mutismo los rencores y
odios llevan las de ganar. Precisamente por eso, porque me opongo al dolor de
la incomunicación, he decidido escribirte".
Continúa más adelante: "Dos
generaciones no pueden compartir los mismos esquemas existenciales o los gustos
impuestos por las modas de los tiempos, pero la discrepancia no puede de ningún
modo alterar el vínculo amoroso entre un padre y un hijo".
Que en esta generación la
adolescencia se presenta en forma más temprana, y que es más larga y termina
más tardíamente, es un hecho indiscutible. Ello complica la metamorfosis del
adolescente.
Sólo puede ayudarnos a salir
fortalecidos la presencia de un diálogo amoroso, en que hayan numerosos
espacios fuera del área de conflicto.
También propiciar encuentros que
favorezcan los vínculos nutritivos con los hijos, en que se validen los
intereses y las diferencias de cada uno, y que permitan una convivencia en que
las diferencias no conduzcan a enfrentamientos que distancien, sino que generen
espacios de conversación en que los conflictos se resuelvan de manera
respetuosa.