Educan a sus
hijos para que piensen por sí mismos y busquen soluciones, pero cuando éstos
crecen y comienzan a ejercer ese poder, llega el desgaste de los padres, que se
enfrentan a un escenario que sus propios padres no vivieron: los cambios en los
adolescentes y en la sociedad de hoy son mucho más veloces, y entonces los
referentes dejan de ser válidos.
Por
J.M. Jaque y P. Sepúlveda, La Tercera.
“¿Qué
hacemos, entonces?”. Claudia Mery, profesora del Colegio Alemán St. Thomas
Morus, se sorprendió con la pregunta. Había llamado a los papás de un alumno de
primero medio para contarles que lo veía desmotivado en clases y los papás no
tenían respuestas, sino una inquietud: ¿Qué hacemos con este niño si ya
agotamos todas las estrategias?
En
la casa, ese adolescente se encerraba en la pieza, no compartía las actividades
familiares y deambulaba por los pasillos ensimismado.
Es decir, el niño en cuestión estaba en su casa perfeccionando la adolescencia mientras sus padres, a ojos de la profesora, reflejaban perfectamente lo que los sicólogos han acuñado como “fatiga paterna”.
Un
fenómeno que no se había registrado en las generaciones anteriores y que se da
por el empoderamiento que los propios padres le entregan actualmente a sus
hijos y porque la experiencia que tuvieron en sus familias de origen no les
sirve para aplicarla con estos nuevos adolescentes.
Se
trata de padres y madres que comienzan a reflejar el desgaste que les produce
enfrentarse día a tras días a la oposición de sus hijos: adolescentes de alrededor
de 14 años que dejaron atrás la básica, esa etapa escolar que los hacía niños
con cotona y delantal, y pasaron a primero medio, un ciclo donde ellos quieren
ser mirados y tratados como adultos.
Porque
así se sienten. Y casi todo, de alguna manera, les confirma esa sensación: a
partir de primero medio lo que hagan influirá en sus aspiraciones futuras; sus
cuerpos acusan los cambios físicos hacia la adultez y su cerebro se encuentra
en un proceso crucial que explica que estén más desafiantes.
Están
en plena adolescencia. Esa etapa donde los padres dejan de ser modelos y sus
pares y amigos pasan a ser sus referentes. Eso, además de ser parte de una
generación que está siendo criada con mayor libertad para pensar por sí misma y
oponerse a la mirada de los padres. Una condición que ejercen con empeño a
partir de los 14.
En
ese entendido, las situaciones cotidianas que generan conflicto son más de las
que enfrentó cualquier padre de generaciones anteriores.
A
la larga, enfrentarse a un hijo o hija que hace sólo un par de años acataba
tranquilamente -o, al menos, más tranquilamente- lo que se le decía y hoy se
opone a casi todo, los agota.
Y
como no saben qué hacer, y no pueden recurrir a los refentes anteriores porque
no les sirve, salen buscando ayuda a colegios y consultas de sicólogos. ¿Con
qué se encuentran? Una de las recomendaciones más extendidas es que cambien de
estrategia, es decir, que asuman que criaron asus hijos para que opinaran y que
a estas alturas, más que mandar, hay que negociar de forma inteligente.
Generación Sin Referentes
“Es
frecuente encontrarse con papás así. Están preocupados y tienen ganas de
actuar, pero no saben cómo porque no tienen las herramientas para este tipo de
adolescentes, que no son iguales a los adolescentes de antes”, sigue Claudia
Mery.
Este
problema es tan corriente, dice ella, que se estima en más del 50% a los papás
que acusan fatiga cuando los hijos llegan a los 14 años. De hecho, en las
consultas a las que antes casi no llegaban este tipo de temas, se está viendo
cada vez más este fenómeno.
Y
en los colegios también, hasta donde llegan citados por profesores que intentan
aunar estrategias para ordenar al niño en cuestión y se topan con padres que
ponen caras abatidas, se encogen de hombros y hablan de que se les acabaron los
argumentos para que les hagan caso.
Lo
mismo nota Rosario Pezoa, profesora de un colegio de Quinta Normal: “Uno los ve
realmente afligidos. A veces, cuando los escucho, pienso que no soy la
encargada de decirles qué hacer en su casa, con sus hijos. De repente te dicen
‘qué le parece si le pongo tal regla’ y a ti te puede parecer, pero no eres la
persona encargada de evaluar qué reglas ponen en su casa”.
Según
los especialistas y profesores, más que con una actitud de derrota, llegan con
el cansancio de intentar y no lograr; y buscando que alguien les diga cómo
hacerlo bien: “Bueno, y ¿qué hago?”, “qué le digo”, “cómo hago para que me
obedezca”.
El
problema es que cuando sus propios padres se preguntaron lo mismo, les bastó
con buscar respuestas en su historia. Pero hoy, esas preguntas no encuentran
respuestas imitando a generaciones anteriores.
Estos
padres no tienen un modelo que les sirva de guía. Así lo explica el libro
Creciendo en la era posmoderna: el niño y la familia en el estado de bienestar,
de Lars Dencik, de la U. de Roskilde, Dinamarca: la educación de los niños está
en un contexto en que prácticamente todo en el día a día cambia cada vez más
rápidamente y hoy muchos padres no pueden utilizar su experiencia de educación
como modelo para la educación de sus propios hijos.
Cuando
llegan a padres tienen la sensación de que su propia educación falla a la hora
de afrontar las nuevas demandas dirigidas a sus propios hijos, se lee en el
libro.
Estas
nuevas demandas se hacen especialmente complejas a los 14 años. ¿Por qué? Hay
varias razones que lo explican.
Las
personas necesitan hitos para marcar el antes y el después, para hacer el
quiebre, y un ritual clave en la adolescencia es el paso a la enseñanza media.
“De
alguna manera lo sienten como una ‘autorización’ para pasar a la siguiente
etapa y ser otra persona. Un paso para ser más grandes y exigir tratos de
grande. Es como posicionarse en otra etapa de la vida, pese a que los cambios
sicológicos más fuertes ocurren entre sexto y séptimo”, dice Raúl Carvajal,
sicólogo de Clínica Santa María.
Y
el desgaste de los padres se entiende porque muchas veces siguen usando las
mismas estrategias desde que los niños eran chicos, sin considerar que la
mezcla entre la crianza de empoderamiento de los hijos sumada a la crisis de
autoridad que los padres de esta generación experimentan, son dos factores que
aunados detonan más situaciones de conflicto de las convenientes.
“Yo
estoy agotada. Y a veces me siento culpable por sentir que estoy tirando la
esponja. Pero hay situaciones que me superan y me cuestiono si lo hice mal”,
dice Fabiola Ruiz (34), madre de Pablo (14). “Yo tenía un hijo modelo y ahora
es igual a los hijos de mis amigos que se quejan como yo”, cuenta.
Su
hijo, efectivamente, hoy se parece al resto. Porque está experimentando, como
los demás, la maduración del cerebro.
A
los seis años, casi 90% del cerebro humano está desarrollado y hasta los 12, se
desarrolla lo que se conoce como proliferación de la materia gris, cuando las
conexiones neuronales se extienden generando rutas para conectar distintas
áreas del cerebro.
Es
en esta etapa cuando el cerebro experimenta una especie de “refinamiento” de
habilidades cognitivas o de razonamiento.
Entonces,
a los 14 años el cerebro se encuentra en una plena etapa de “poda cerebral”,
cuando se desarrolla el 10% restante y se eliminan las conexiones que no se
utilizan.
En
este proceso las funciones más básicas, como las motoras y sensoriales, maduran
más temprano, mientras que las zonas involucradas en el planeamiento y toma de
decisiones -como la corteza prefrontal, relevante en el control de impulsos y
emociones- no presentan características adultas sino hasta los 20 años de edad.
Es
la razón por la que cualquier motivo puede originar una pelea: su reacción está
mediada por estos cambios cerebrales, y reforzada por el empoderamiento.
“Mi
mamá me mira como si todavía tuviera ocho años. Me abraza y me besa como si
fuera chica. Me dice sobrenombres como “sofi” o “hijita” delante de mis amigas.
Y los papás de mis amigos los castigan como cabros chicos”, dice Sofía
(14)...Así las cosas, dicen los especialistas, lo que les queda a los padres es
readecuarse.
Cuestión de Ajustes
Alvaro
González (34) vive a diario las consecuencias de una actitud desafiante que
antes no existía. “Antes yo le decía algo y le llegaban mis palabras… Ahora le
explico todo dos, tres, cuatro veces y aún así no le llegan… no me entiende”.
Este
cambio de escenario en la relación con su hija lo tiene algo desencajado. “Ha
sido la etapa más difícil con ella. Si no puedo ir a buscarla, por ejemplo, le
duele. Me cobra todo”.
Y
esta rebeldía de los 14 no sólo se ve en la casa. Cecilia Jiménez (55),
profesora hace 23 años de un colegio particular de Santiago, mira cómo el reloj
avanza cada mañana en sólo intentar que sus alumnos de primero medio se
sienten, se callen, se saquen los audífonos y guarden el celular.
“Y
cuando te entrevistas con los padres de esos adolescentes, algunos se encogen
de hombros y dicen que no se sienten capaces de controlarlos. Entonces los
niños se sienten con el derecho de hacer lo que quieran en el colegio”.
Los
padres, entonces, se frustran. Pero, dicen los especialistas, es cuestión de
ajustarse.
Una
estrategia que ha dado resultado en la consulta de Raúl Carvajal es la
ritualidad. La idea es simple: llevar al hijo a un espacio neutro -no en la
casa- y establecer un rito -pasarle llaves de la casa, por ejemplo-.
“Así
se marca un quiebre y el paso a la adultez”, explica. Ese es un buen punto de
partida para establecer cuáles son las pautas de esta adultez y de fijar los
límites: en cuáles aspectos pueden funcionar como adultos y cuáles no. Es hacer
un nuevo rayado de cancha. “Es la ambigüedad la que agota a los padres”, dice
Carvajal.
La
crisis de los 14 años es universal. Según una encuesta realizada en Inglaterra
por el TheBabyWebsite.com a dos mil padres y madres, el 65% de ellos reconoce
que los 14 años es el momento más difícil de sus hijos, sobre todo con las
niñas.
En
los niños, los padres identificaron la edad de 15 años como el momento más
difícil (78%), cuando se niegan a hablar o a comprometerse con sus estudios.
Es
que están en otra “parada” y tienen otros intereses. Por eso, agrega Carvajal,
lo mejor es entender que de la autoridad que impone a un niño hay que pasar a
la negociación.
Algo
que también se ha comenzado a hacer en los colegios. Según cuenta Bernardita
Aninat, subdirectora de Enseñanza Media del Colegio Sagrado Corazón-Monjas
Inglesas, en ese establecimiento tomaron la iniciativa: a esa edad existe un
encuentro papá-mamá-hija.
“Sabemos
que hay un debilitamiento de la cercanía en primero medio. La relación se hace
más conflictiva, se desafía la autoridad, los límites se ponen a prueba, las
cosas ya no se acatan. La convocatoria ha dado resultado. Ahí se ve la
frustración de ellos (los padres) por este tema”, dice.
Lo
que ocurre, explica Javier Romero, sicólogo y sociólogo del CISOC de la U.
Alberto Hurtado, es que ahora los padres tienen que asumir una nueva función,
que incluye ayudar a sus hijos en el desarrollo de su identidad y autonomía.
Porque
ellos han fomentado ese estilo de crianza: no sólo querían resultados
académicos, sino que pensaran por sí mismos, que resolvieran. “Por eso, hoy la
autoridad tiene que ver con el respeto y el diálogo, más que con el castigo y
sanción”, dice.