Cuando un niño llega a otro país con los rudimentos
del idioma, su actitud es más segura; se facilitará el aprendizaje y su
inserción social.
Por
Neva Milicic, psicóloga
"Ya
sabe entablar una conversación sencilla con sus compañeros de curso",
contaba orgullosa una mamá sobre su hija Catalina de cinco años, a los quince
días de haberse ido la familia a Italia por el trabajo del marido.
Y
agregaba: "Mientras que a mí, que algo sabía de italiano, me cuesta".
Es realmente maravillosa la velocidad con que el cerebro de un niño aprende un
nuevo idioma al estar inmerso a tiempo global en otra lengua.
En
un mundo globalizado, saber otro idioma es una ventaja. En un mundo en que hay
familias cuyos padres tienen lenguas nativas diferentes, en que las familias
son trasladadas por razones de trabajo a países en que se habla otra lengua, ya
no es inusual que los niños a veces se enfrenten a la necesidad de comunicarse
en tres idiomas: su lengua nativa, la del país en que van a vivir y el inglés,
como idioma que suele ser de alta exigencia en los colegios.
En
el trilingüismo la estabilidad en el aprendizaje de los idiomas es menor. Por
otra parte, es muy importante para el desarrollo de la afectividad y para los
vínculos familiares que el idioma nativo tenga preponderancia en la
comunicación familiar.
La
lengua del país en que van a vivir será básica para el aprendizaje de las otras
asignaturas. La neuroplasticidad de sus jóvenes cerebros facilita este proceso
de aprendizaje.
Cuando
un niño llega a otro país con los rudimentos del idioma, su actitud es más
segura, lo que le facilitará el aprendizaje de la lengua y la inserción social
con sus nuevos compañeros.
Realizar
el proceso de enseñanza en forma de juego y entretenida predispondrá al niño a
tener una actitud optimista acerca de sus posibilidades de aprender.
Aprender
otro idioma es una ventaja, pero hay que cuidar que este aprendizaje sea un
proceso placentero. Que abra las puertas a que el lenguaje sea un proceso de
comunicación y no una exigencia.