"El no darse tiempo para estar tranquila y
serenamente con los niños tiene como efecto no contactarse profundamente con lo
que piensan".
Por
Neva Milicic, Psícologa
Una
gran parte de los errores que los niños, los adolescentes y los adultos
cometen, proviene de la aceleración con que se ejecutan las cosas, por no darse
el suficiente tiempo para reflexionar y tomar las decisiones apropiadas.
La
paternidad no es una excepción. El no darse el tiempo para estar tranquila y
serenamente con los niños tiene como efecto no contactarse profundamente con lo
que piensan y sienten los niños, pasando por alto situaciones que puedan estar
afectando a los hijos.
El
libro "Fed up with frency: Slow parenting in a fast moving", que ha
sido traducido como "Hijos del frenesí: la crianza lenta en un mundo
rápido", de la autora americana Susan Sachs Lipman, reivindica la
necesidad de desacelerarse como una forma de educar con sabiduría los niños, de
modo que sea posible disfrutar la relación con los hijos.
Cuando
el otro se percibe más como un competidor que como un amigo posible, las
relaciones sociales dejan de ser nutritivas para convertirse en una amenaza.
El
no dejar tiempo para el ocio creativo -donde se desarrolla la imaginación y la
capacidad de reflexión-, bloquea la capacidad de observación, de mirar
detalladamente la realidad, y así sacar conclusiones adecuadas, lo que afecta
el contacto consigo mismo, que es tan básico para conocerse y lograr una
autoevaluación precisa.
Este
libro, que se inscribe dentro del movimiento slow (ir despacio), busca
recuperar el gusto por vivir tranquilamente, y no olvidar cuáles son las
verdaderas prioridades.
La
autora, que es experta en temas de familia y educación infantil, reivindica a
la familia como la prioridad número uno.
Tiene
razón al afirmar que, para conectarse emocionalmente con los niños, hay que
darse tiempo para escucharlos, hacerles las preguntas adecuadas y, sobre todo,
tener tiempo para jugar, porque en el juego los niños se relajan, bajan los
mecanismos de defensa y tiende a facilitarse la comunicación verbal.
En
los niños que incorporan en forma no consciente el acelerado y competitivo
modelo social y a veces familiar, la rapidez excesiva no sólo los perjudica por
el estrés que implica vivir apurados, sino porque la asimilación y retención de
la información se hace superficial.
Un
niño que se sobreacelera tiene más riesgos de realizar conductas impulsivas que
pueden acarrearle consecuencias negativas a él y a otros.
Antonio,
un niño de ocho años, me decía a propósito de la lectura del libro "Vamos
a ir más lento", que publiqué hace algún tiempo.
"Yo
siempre había creído que hacerlo rápido era lo mejor, así le ganaba a los otros
y terminaba primero. Mi papá y mi profesora siempre me andan apurando. Mi mamá
es la única que me pide que haga las cosas más lento para que me queden bien.
Ahora me queda claro que apurarme hace que me equivoque más".
Susan
Sachs plantea que los niños actuales tienen la mitad del tiempo libre que hace
30 años, y es el tiempo libre el que les permite descubrir quiénes son y lo que
les gusta hacer.
Para
no acelerarse tanto, aconseja centrarse más en los procesos que en los
resultados.
Recuerde
que ir más lento, es más seguro.