Iniciamos
en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, camino que
nos invita a vivir juntos como comunidad. El Año litúrgico empieza con el
Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la
espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se
despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
"¡Velad!".
Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio. Lo dirige no sólo a sus
discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a
recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada
hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia
el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y
responsabilidad, por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas
de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha
conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los
hermanos.
El
Evangelio dice: "Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño
de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer.
No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos" (Mc 13,35-36). El
Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida
reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un
"amo", sino de un Padre y de un Amigo.